miércoles, 18 de junio de 2008

Crisis energética, desconfianza financiera. José Luis Blanco Romero

Crisis energética, desconfianza financiera

José Luis Blanco Romero.

Parlamentario Socialista.

Secretario Primero de la Mesa del Parlamento de Andalucía.

No quisiera distraerme y distraeros con el debate nominalista que mantenemos, en el que basculamos entre lo políticamente correcto y el abuso de eufemismos que el circo mediático consagra, en muchas ocasiones a costa del lenguaje, en otras como escaparate en el que se pone de manifiesto la riqueza de nuestro vocabulario.

El modelo energético mundial basado en los combustibles fósiles está en crisis. Las emisiones de gases de efecto invernadero están poniendo en riesgo el equilibrio del planeta y no hay oferta suficiente para atender una demanda en continuo crecimiento, por el despilfarro inmoral del mundo desarrollado y el crecimiento de los países emergentes.
La organización del sistema eléctrico en torno a grandes centros productores, líneas de transporte y distribución, además de estar reñido con la suficiencia y el ahorro, complica las cosas al estar planteado en términos de absoluta dependencia del consumidor-cliente. Un modelo alternativo, o al menos complementario, debería plantearse el objetivo de lograr una mayor autosuficiencia o autoabastecimiento.
Cada unidad de consumo (edificación, vivienda, fábrica, etc.) debería tener sus propios elementos de generación tales como aerogeneradores, placas solares, etc., y una conexión de ida y vuelta que permita coger y aportar energía al sistema. Pero las empresas que operan en el mismo no han estado hasta ahora interesadas en cambiar el negocio del suministro eléctrico por la venta de tecnología de generación.

El modelo energético asentado en los combustibles fósiles no da más de sí y los precios manipulados además por los especuladores que dominan los mercados de futuro seguirán subiendo y poniendo en cuestión las bases del desarrollo económico y social. En estos momentos asistimos al tránsito entre una realidad que muere y otra que emerge, por lo que se acentúan las incertidumbres, los avances y retrocesos.
Las energías renovables (eólica, solar, biomasa, mareal, etc.) y los avances tecnológicos que las acompañan son claras apuestas de futuro, que complementan a los combustibles fósiles. Para que sean una «alternativa» hay que cambiar el modelo energético y sobre todo las pautas de consumo.
El recurso a la energía nuclear, por muy inevitable que parezca, es una vuelta al pasado y comporta asumir indudables e imprevisibles riesgos, sin olvidar que el coste, la seguridad de las instalaciones y el tratamiento de los residuos cuestionan su viabilidad económica y su proclamada eficiencia tecnológica. Sus defensores deberían explicarnos cómo se incorporan a los precios de mercado los costes de la confinación de los residuos durante miles de años, qué garantías nos ofrecen unos contenedores cuya vida útil es inferior al periodo de actividad radiactiva del contenido y qué legitimidad tenemos para legar a las generaciones futuras los desechos de nuestro despilfarro.
En este escenario de crisis energética estructural, algunos «espabilados» instalados en la multiplicación geométrica permanente de los beneficios, sobre la base de la más burda y torpe especulación, han provocado un clima generalizado de desconfianza en los mercados financieros, que está afectando sobre todo a la liquidez de las empresas. En el lenguaje del refranero: «no cabíamos en casa y parió la abuela».
La confianza es vital en una realidad económica donde el dinero físico ha desaparecido y todo se basa en apuntes contables, cuya única constatación física son las tarjetas de crédito y las anotaciones que nos llegan a través de las pantallas de los ordenadores. Quienes centran su discurso en el alarmismo y el pesimismo generan desconfianza y contribuyen a multiplicar el problema y sus efectos.
Como la cuerda siempre se rompe por la parte más débil, la crisis energética y la desconfianza financiera han multiplicado la inevitable desaceleración de la construcción, la famosa burbuja inmobiliaria, por aquello de que «a perro flaco todo se le vuelven pulgas».

A estas alturas seguro que alguno, condescendiente con el diagnóstico porque ve muchas lagunas, errores y contradicciones en el mismo, está pensando en que todo esto está muy bien, pero que lo importante son las soluciones y éstas brillan por su ausencia en lo que lleva leído. Estamos ante un problema estructural e internacional y en consecuencia las respuestas deben tener estas dimensiones. La incidencia en cada zona o país es distinta por lo que las soluciones deben ajustarse a la realidad concreta de cada territorio. En nuestro caso la crisis energética y la desconfianza financiera debe tener al menos dimensión europea, mientras que la caída de la construcción debe aprovecharse para sentar las bases de un modelo de desarrollo que equilibre el peso de los diferentes sectores económicos, desde la diversificación productiva y la firme apuesta por la investigación y los desarrollos tecnológicos. En términos presupuestarios debemos mantener los equilibrios de las cuentas públicas y acudir moderadamente al endeudamiento si fuera necesario, manteniendo las inversiones públicas en infraestructuras y vivienda, sin renunciar a las conquistas sociales.

José Luis Blanco Romero

Secretario Primero de la Mesa del Parlamento de Andalucía


Publicado en La Voz de Cádiz. 18 de junio de 2008

No hay comentarios: